Descreídos que confían
Es difícil saber cómo son los tiempos de hoy. Salirse un poco de las farsas del cambio o la nostalgia de tiempos que jamás fueron. Algunas cosas nunca fueron y otras hasta no van a cambiar en el curso actual. A veces ni siquiera uno sabe bien lo que pasa en Colombia, ¿qué se resquebraja y qué se aleja. Uno puede saber de lo cercano, de las rutinas con las que hacemos mundos paralelos y de los recorridos que nos llevan a una ciudad alterna.
En los tiempos de hoy estamos a la vez expuestos a una mayor movilidad y a una apremiante inestabilidad. Es también la época en la que las prácticas se pueden mover fluidamente entre realidades y ficciones. Se hace evidente en el flujo de información que no podemos estar seguros de lo cierto y así muchas cosas indispensables o “serias” como todo el sistema financiero, las leyes, los discursos políticos y las elecciones -al caer en un terreno abstracto pero a la vez de manipulación más cercana – dependen en los mejores casos de la confianza y en otros del desinterés cínico con el
que se sigue la corriente.
Todos tenemos el gesto de que no nos importa, pero yo creería que una mayoría sufrimos porque distamos mucho de haber perdido el soplo del entusiasmo y el suspiro del anhelo. Aún hay mucha piel para dolerse. Sospechamos de otra vida por pequeños roces y por lo divino de nuestra imaginación sabemos de más amor.
Hay algo frágil en nuestras patrias, en nuestras geografías para imaginar más que para poblar -como diría el Matacandelas- para agobernar más que para regir -como decimos acá. Se trata de algo frágil porque funciona como telaraña, por nodos, un asunto de islas donde ser bienvenido pero con el problema de encontrarse en el medio muchas otras cosas, los despropósitos de lo que está establecido. Pero entonces sucede una fecha, una unión, un ritual, y como buen ritual algo mágico: El Bazar de la Confianza.
Se junta tierra y de un Jardín surge la única patria para muchos. Hablamos de una cooperativa financiera que nació de poco más de 30 trabajadores sindicales -y que de la lucha sindical pasaron a una lucha mayor, más amorosa, más incisiva, definitiva y creativa- y ahora podrían ser más de 150 mil.
En Morada estamos convencidos que la revolución de hoy no es derrocar o destruir nada sino crear otro mundo alterno, distorsionar para encontrar un camino nítido de placeres y cuando nos encontramos a Confiar nos fuimos sorprendiendo más. Se trata de un sueño muy abierto donde hemos cabido todos. Lo cooperativo para el ahorro y mejorar la calidad de vida, para el relacionamiento justo hacia adentro y también hacia fuera y de ahí la posibilidad de invertir con nuestra propia visión en la cultura – sin amagues distintos al arte completamente libre.
Una cooperativa -que logra prestar todos los servicios financieros, todo lo que uno necesita en un banco- ha servido para determinar movimientos, hacer posible existencias, darle vida a procesos y obras que lo establecido no premia. Otra ciencia, conocimiento libre, otra alimentación, otra vivienda y lo que es más importante otra forma de sentir donde siempre el arte es el que está abriendo trocha.
Entonces en el bazar -precedido de una serenata la noche anterior- uno encuentra una fortaleza en grupos de teatro y músicos de primera categoría de Medellín, artesanos, agricultores, programadores de software, revistas, radio, escritores, editoriales y proyectos educativos, investigativos y de documentación. Si uno fuera niño muchos mundos de juegos mágicos, si fuéramos adolescentes mucho donde iniciarse y para todos un gran universo para conspirar juntos.
Un amigo dice “tenemos un navegante y un acróbata” en Confiar. Y uno encuentra una ciudad dentro de otra en el Bazar de la Confianza donde las miradas son distintas, las sonrisas tienen otros propósitos y hasta la forma de caminar cambia. Ojalá esa ciudad del Bazar le imponga cada vez más su latido a esa ciudad mayor.
Lukas Jaramillo
Fundación Casa de las Estrategias