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UN PASAPORTE PARA EL BAZAR
(Estampas del Bazar de la Confianza)
Hay belleza inusual y a la vez cruda realidad en esos paisajes de montañas de sal y de ilusión blanca, en las llanuras de caña o de maíz que devoran las escasas sombras, en los laberínticos salitres cuyos trazos agrandan la huella desértica, en las apocalípticas plantas de fundición que se muestran como si fueran la puerta del centro de la Tierra, en la espesura selvática que enmaraña todas las formas posibles y se traga, como en La Vorágine, toda huella humana; hay asombro ante la figura de la anciana que lleva surcos de 83 años en la piel ya quebradiza, mientras tira la carreta de bueyes hacia un camino cuya definición no alivia la incertidumbre de su destino; hay incredulidad ante los conglomerados urbanos donde niños, viejos, mujeres, personas con limitaciones físicas, travestis, payasos sobreviven en labores que los signan como los expulsados del Jardín y purgan por millones la culpa que parece haber caído únicamente sobre sus vidas.

Esas imágenes de la muestra fotográfica Los trabajos y los días introducen en la rotonda el sendero hacia el oasis verde del Jardín Botánico de Medellín, que acoge a los miles que se desgranan durante el día y que miran con detención unos, o con prisa otros, la galería de labores que de cierta manera refleja sus luchas del día a día. Ese destello de la realidad no les demora los pasos que van hacia el encuentro anual del Bazar de la Confianza, un ritual festivo que durante 16 años convoca a los Asociados de CONFIAR para materializar, en una atmósfera ferial, la arquitectura de un modelo cooperativo que linda con esos anhelos de utopía de los soñadores sociales: guardianes de la ilusión, hacedores de lo imposible.
No se va al azar al Bazar, sus adeptos repiten anualmente una cita que ya forma parte de ese calendario de días especiales que, así como las noches buenas, anulan las fatigas laborales, interrumpen los esfuerzos cotidianos, y dan receso a las pequeñas o grandes luchas de todas esas vidas que le apuntan a ese mañana mejor de la confianza. Sus organizadores, la Gente de CONFIAR, reinventan cada año ese universo de jovialidades que hace muchos años logró ahuyentar las amenazas de una crisis, al igual que aquellos que con botes de colores “afrontaron la terrible tempestad”. Afincaron desde entonces esta tradición que restaura el regocijo de los bazares cuya abundancia solía alegrar los días de fiesta en nuestros pueblos.

CEREMONIAL DE LA MAÑANA
La percusión penetra al unísono con el misterio de la mañana, cascabelea como la serpiente, hace eco en montañas distantes que remiten a las praderas de los cheyenes, o a las alturas desérticas que transitan los tarahumaras, luego ondea como el río y contrasta con el ujujujuy y la risa espanta-miedos: es el canto en la voz de Eulalia Yagarí, líder emberá chamí que dialoga con el ritual de inicio de los Taitas de la Maloka quienes dieron apertura al Bazar desde la tarima central ubicada en el Orquideorama. En el sector oriental del Jardín Botánico, Eulalia hace eco del momento inaugural, pero su canto acoge el itinerario de Contactos con la naturaleza e instala la bienvenida a una jornada que cuenta entre sus protagonistas, además de la Gente de CONFIAR, con un lugar dedicado a lo natural y al diálogo y el contacto con sus manifestaciones.
Aunque la familia quiere proseguir, el niño le insiste a la madre en quedarse para escuchar a esa mujer que, según él, es una “india disfrazada”. Puede más la mayoría, y el niño acepta a regañadientes mirar los talleres que le describen tratando de motivarlo; pero no, ni el torno que da forma a la vasija que una niña contempla como su primer paso a la creación, ni el olor dulzón que desprende la cocina de los pequeños alquimistas mientras posan como consagrados chefs, ni el ingenioso maquillaje con sus colores que ya lucen en su cara los niños que han pasado por este espacio en donde se juega a representar el espíritu de la infancia, ninguno de estos juegos creativos convence al obstinado Óscar. Y lo salva la abuela, la abuela Milagros, ella se ofrece a quedarse, y Óscar vuelve a ese escenario de guadua, hechizado por una posible comarca que el canto de Eulalia despierta en su imaginación. Un minotauro atraviesa indiferente entre los espectadores, y su aparición pareciera como surgida del susurro del río o del canto, breve fantasía que sus compañeros de comparsa desvanecen.
En la tarima del Teatro Itinerante se inicia una versión juvenil de Romeo y Julieta, que un empleado del Jardín Botánico contempla con suspicacia: “Esa no es la original, ¿sabe?, el autor de esa obra es Don Chinche, muy famoso en mis años cuando la televisión mandaba la parada, y estos muchachos que todo lo cambian ni sabrán que no es Romeo y Julieta sino Romeo y Buseta, esa sí es la verdadera”.

CORAZÓN DE CARPA
Desde su apertura y hasta el cierre, la programación artística se desenvuelve con ese telón de fondo que mantiene la dinámica masiva del Bazar. En oleadas me llegan los fragmentos de los eventos y capto algunos momentos. También el público elige detenerse o continuar según su condición, grupo, edad o gusto. La Fiesta propuesta por el Matacandelas sabe congregar a esos adultos que se vuelven niños y a esos niños que durante la obra ya no quieren ser adultos, inmersos los unos y los otros en esa algarabía teatral, esa fiesta anárquica que embruja con un acordeón que se me antoja es el instrumento que encarna la sustancia del Bazar.

El pequeño circo ambulante que realiza los malabares en su mono-cicla compite con éxito y se gana la atención de quienes hacen cola para lograr entrar a una de las funciones del Circo Medellín. La carpa sabe integrarse al paisaje verde, y la demanda para verle acoge las expectativas de quienes se aglomeran a su alrededor hasta coronar un asiento en la próxima función. El Circo nació para que muchachos de los sectores barriales signados por la violencia encontraran en el universo circense una opción para dar rienda suelta a la imaginación; la tarea la impulsó uno de nuestros más reconocidos maestros del gesto silencioso, el mimo Carlos Álvarez, quien ha sabido sumar a sus personajes una fusión de los secretos de Chaplin, Buster Keaton y Marcel Marçeau. Veo a los integrantes de Titiritrastos y a una artista circense cubana realizar los ejercicios de calentamiento mientras se da inicio a la función; no hice la fila, me colé siguiendo la audacia de algunos adultos que se niegan a dejar frustrados a sus niños.

“Tía, tía, hágale por aquí que este señor ya no nos dijo nada”, eso dice la pequeña intrusa, mientras la señora me mira intimidada por la camiseta azul de CONFIAR, y en su rostro observo que me ve como a un guardián del Circo.

“Yo hice fila señor, pero como se llenó ya no nos dejaron entrar. Nosotros somos de Cocorná y hace tiempo que no vemos algo así, a unos que pasaron por allí hace años les quemaron la carpa”.

Entre acto y acto el público cautivo sigue las destrezas, los momentos humorísticos y los instantes riesgosos que estos artistas locales han ido perfeccionando con un inmenso corazón de circo, con una carpa corazón. Al culminar la función vuelvo a ver a la tía y la sobrina que tratan de ocultarse.

“Mejor que no había animales, uno sufre mucho con esas criaturas que se las llevan de aquí pa’ llá, hasta el mismo burro era disfrazado”.
“Como en el Circo del Sol”, le digo.

“¡Ah, sí!, como ése, pero es que este es mejor, porque es como pa’ nosotros los de aquí, y el otro es como pá los de allá que no son pobres”.

UN PASAPORTE CON RUMBO AL BIENVIVIR
La complicidad del azul y la impresión colectiva del buen tiempo animan a recorrer la geografía del Bazar con un pasaporte que sorprende a quienes aceptan emprender ese viaje por las representaciones espaciales de CONFIAR: no es la complejidad de un laberinto sino el tránsito lúdico por sus servicios, adobados mediante la búsqueda de una manifestación concreta de la felicidad, que los promotores promulgan como el Bienvivir. Esta consigna los motiva a descubrir los sencillos secretos que revelará el pasaporte y que los integra a los componentes del ahorro, la cultura, la vivienda o a los servicios virtuales, para hacerlos más amables y cercanos. Participo por supuesto de ese entusiasmo que seduce a tantos a seguir esa ruta imaginaria.

“Es la primera vez que tengo en mis manos un pasaporte, ni sabía cómo era, y lo voy a aprovechar, porque lo que le pasa a uno por primera vez le pasa por segunda vez”, me dice Mercedes Ortiz, mientras cuelga en el tendido de los deseos su apreciación del Bienvivir.

“Yo siempre he querido ir a Roma y, bueno, si como dicen por ahí [que] todos los caminos llevan a Roma, este pasaporte me puede dar la buena suerte para viajar de verdad”.

Bulle el ir y el venir. Personas de todas las edades, en grupo o de manera individual, se dejan llevar por el periplo y entre expectativas y comentarios veo cómo van sorteando pistas, indicios: “Ahora por fin tenemos ya nuestra casa, nos dio lidia hacerla, pero ahí está. Andrés, presta atención: este es tu cuarto y esta la pieza de Miguel, en este cuartico no caben tus juguetes, pero puedes llevarte la casa que hicimos en papel y ya verás que es igualita”. El promotor entrega el origami al niño que lo toma con esa incierta satisfacción infantil, porque ha sido mucha la ayuda y aún no está convencido de ser el dueño único de aquella casita de papel.

“A ver, a ver… me faltan tres palabras de la sopa de letras… a ver… a ver… está al revés, eso me ha dicho mi nieto, pero yo no quiero que me ayude, yo lo hago sola”, afirma contundente una señora de 71 años que no se ha dejado presionar de sus familiares; les veo dando ronda, porque allí ha estado ella por más de una hora y se molesta cuando la interrumpen. “A ver… a ver… tengo que llenar el pasaporte y no voy a renunciar antes de irme para La Ceja. A ver… a ver… ahí está, ¿lo ve?”. Ella no ha terminado, debe retomar la ruta, pasar por la Agencia Virtual y finalmente por CONFIAR en la Cultura, pero lo hará y no se irá hasta tener todos los sellos en el pasaporte.

La señora Elvia Salazar, su hija y su nieta, habitantes de Villa de Guadalupe, me exhiben el pasaporte completo, no pueden ocultar ese aire de orgullo que da el triunfo, están convencidas de salir del Bazar con un premio.

“He sido muy afortunada en estos siete años que llevo en CONFIAR, del aporte social me gané 350.000 y 250.000 del auxilio educativo. ¡Cómo no voy a salir hoy con mi regalo entre manos!”

Más allá de los incentivos que se promueven desde la tarima para quienes hacen el recorrido, existe una cercanía que los integra y vincula a un diálogo que los pone frente a frente con los servicios de CONFIAR, y es el descubrimiento de no estar solos, de ser tantos, y eso lo reconocen en la familiaridad de esta propuesta que los invita al contacto. Las manos se unen en un gesto vinculante para idear la construcción del acueducto, o aceptan el abrazo que derrumba las barreras y los guía por los símbolos del mandala nutrido con las semillas ancestrales —el maíz, el amaranto, el fríjol— que evocan nuestra pertenencia a las raíces, y algo en este rito, que muchos quizás aceptan con extrañeza, los hermana con todos aquellos que rastrean entre sus anhelos su propia visión del bienvivir, el camino a esa nueva palabra de la ilusión inventada por CONFIAR, el camino a la Ucoopía.

LA PEQUEÑA GRAN LECCIÓN
En los corredores del Patio de las Azaleas la oferta de productos orgánicos nos pone en contacto con esas nuevas realidades de respeto a la naturaleza; los diseños artesanales, las innovaciones de emprendimiento, los mercados campesinos y las boticas naturales dan cuenta de un mercado dialogante y amigable que no pretende devorar al consumidor. Mas no es solamente esa evocación limitada al festejo, también el Bazar es una gran aula, una cartilla que se deja leer en todos sus espacios, dinamizada por la labor permanente del personal de CONFIAR y la compañía de instituciones amigas con quienes se teje la construcción de un bienestar, que no se limita a lo puramente económico sino a lograr un sentido de existencia y muchas razones para vivir con la integridad que lo humano implica.

Educar es, en la filosofía de CONFIAR, un horizonte y un sentimiento que nutren el concepto cooperativo. En el Bazar, ese verbo toma cuerpo en las diversas actividades que inducen con el juego a entender la práctica del ahorro y a descubrir los alcances sociales de la solidaridad. En los corredores la oferta de productos orgánicos, y en todo el Jardín la oferta didáctica que mediante talleres, juegos, comparsas, intervenciones escénicas, breves disertaciones y pregones, no es avara en compartir los misterios del conocimiento: los derechos culturales, la repartición de afectos, los mundos que abre la lectura, nuestra convivencia con todo lo viviente y en especial la valoración de cada quien en su condición de Ahorrador o Asociado.

Veo las exposiciones que resaltan la vida de Carlos Gaviria y de Estanislao Zuleta y concluyo que aquellas vidas ejemplares han sabido dar la lección, pero que la cátedra por la dignidad debe continuar en medio de las incertidumbres que se ciernen sobre nuestra época. Digo incertidumbre, pero también veo la esperanza, el Bazar mismo vindica el anhelo y muestra inusitados encuentros. Mientras recorro los salones educativos —a los que justo hoy agregan el nombre de Aura López en reconocimiento a esa voz que supo despertar en tantos el oído y el amor por la lectura— dedico mi atención a un personaje que he visto leyendo todos los paneles que relatan la vida y obra de Estanislao Zuleta. Ha venido de Cali, en la entrada le dieron una boleta y llegó de casualidad al Jardín Botánico para distraer el domingo, me explicó que está en un tratamiento óptico en una clínica de Medellín y estará aquí por quince días más. En su época como profesor escuchó hablar a Estanislao Zuleta acerca de la importancia de las dificultades, y hoy mismo quiso enfrentar una en su vida: “No veo bien de cerca ni de lejos, y me propuse leer todos los paneles, con estos lentes veo las fotos, con estos otros leo las letras, y no tengo afán.” No sabe, este profesor retirado, que su desafío me avergüenza de la dificultad que me antepuse para escribir este texto, y su persistencia para leer por encima de sus limitaciones desmorona mi bloqueo, dificultad no tanto de impotencia sino de sobreabundancia al no saber cómo podía yo abordar la multiplicidad de sucesos que convergían en el Bazar.

EL HECHICERO DE LA LLUVIA
Los niños se alejan cuando la adustez del tango se impone en un mediodía que amenaza lluvia. Carmen Úsuga da paso a su versión de Tormenta y así como clavo saca clavo el viento se lleva las nubes y el sol se cuela para darle calor a la melancolía de los instrumentos de la agrupación Bailonga tango.

“Empecé a tocar piano a los 4 años con mi tía Sandra, es la directora del grupo. Ella se fue a la Argentina y regresó con la idea de formar una agrupación de tango, me propuso estudiar bandoneón con un argentino, pero debí interrumpir porque no logré conseguir el bandoneón. Conseguimos uno en Bogotá, lo enviamos a arreglar a Argentina y me puse a estudiar con Giovanni Parra, un maestro de Bogotá. Mi abuelo escuchaba tango, mi tía por supuesto, y yo estoy ahí, estudiando tango y ahí seguiré. Sí, todas somos mujeres y eso llama la atención, o más bien parece extraño un grupo de tango femenino, aunque esa no era la idea de conformación así se dio”.

Violeta Arboleda es el nombre de la joven que interpreta el bandoneón, ese instrumento asombroso al cual Astor Piazzola llevó a dimensiones insospechadas. Violeta aún no ha cumplido los 18 años y pude entrever ese asomo de genialidad que la temprana edad no limita y su interpretación, como la de tantos de quienes han desfilado hoy por el escenario, despertó la admiración de espectadores que se contagian con los ritmos y las animaciones que durante el día cautivan a los asistentes.

Ciertamente la fuerza musical de Explosión negra y la sensualidad de los cuerpos al bailar congrega masivamente a un público seducido por los sonidos ancestrales del Pacífico fusionados con los ritmos urbanos, el hechizo es tal que allá en la tarima cuatro adolescentes seguidores del grupo y los músicos mismos incitan a la explosión masiva. Empujándome, don Reynaldo Martínez refuta con sus 75 años las distancias generacionales, baila, sigue el ritmo con sus manos y a su modo “caderea”.

“Así ha sido siempre —me dice su esposa— fue campeón de baile en el barrio Buenos Aires, donde vivimos, y no le importa la música, y yo no, yo no bailo, no, ni éste ni nada, es que ni boleros, y Rey, véalo usted, es el rey del baile, y yo dizque casada con él”.

“De milagro no llovió”, me dice Teresa de Jesús, una hermana de la comunidad de las Teresitas, que me pregunta si soy un supervisor de CONFIAR y puedo conseguirle una silla. “Se me abrieron los pies de tanto estar parada, una no debe andar por el mundo sino sobre el mundo… Me vine con todo el impulso por el bonito día, y cuando oí tronar pensé [que] se iba a aguar este ambiente que cuesta tanto esfuerzo. Yo vengo desde hace seis años, hoy vine con mis hermanas, pero ya ni sé dónde están. Deben haberse ido… Bueno, solos venimos al mundo y solos nos vamos ¿no? Hace dos años mis hermanas —como son de CONFIAR— pusieron un puesto aquí en el Bazar, pero no pudieron vender casi nada de lo que trajeron porque no hizo sino llover y todo el mundo se fue sin comprar y sin vender, fue un desastre. Y ya no se animaron más. Pero vea esta inmensidad de gente, hoy sí que les hubiera ido bien. De milagro hoy no llovió, pero ¿no será que ya están contratando esos hechiceros que espantan la lluvia, como el del teatro de la calle de Bogotá? ¡Santo Dios, que no sea así!”.

LA CASA YA NO ESTÁ EN EL BARRANCO 
“Yo estaba chiquita, me dijo mi papá, cuando se fue a ver lo que le había ocurrido a Gardel en el aeropuerto. Sí, a él le tocó, trabajaba en la ladrillera, cerca de la pista, y vio el humo y todo. Y hasta cuando se murió nos contó siempre como esa misma anécdota; y por eso a mí me gusta mucho el tango, en la casa oíamos bastante a Radio Reloj. No, no somos de Guayabal, de San Cristóbal, de lo que llaman Pedregal Alto. Ah, sí, mi nombre es Celina Mazo y estoy con mi hija y mi nieta Carito.

Allí teníamos un lote en San Cristóbal, lindaba con otro lote; pues sí, al dueño le dio por hacer un parqueadero y de pronto quedamos como en un abismo; algo teníamos que hacer, de todos modos la casa estaba muy vieja y llena de comején. Bueno, tocaba meternos en el pedacito de mi hija María Matilde, acomodarnos como sea, pero como no cabíamos hicimos un préstamo en CONFIAR. Mi esposo fue el que hizo el negocio con la pensión que él tiene. Con los seis millones que nos bendijeron alcanzamos a hacer las fundaciones. ¡Ah no, sin permiso!, nosotros averiguamos en Planeación, ¡Debíamos pagar 4 millones de pesos!, y entonces, ¿cómo levantábamos la casita? No se puede hacer, así no hacemos las cosas, eso es el campo y podemos brincarnos lo del gobierno. Todo el mundo hace lo mismo.

“Bueno, como le decía, hicimos la pieza y nos metimos todos. ¿Cocina?, no, cocina no, es que para un fogoncito de gas y una mesita con el corredor basta; primero tocó levantar otra pieza en buen material, si no se la traga el comején como pasó con la otra casita. Ah, bueno, y cuando terminemos de pagar hacemos otro préstamo y ancharnos y así ayudamos a la hija, ¡ni riesgos que la vamos a desamparar! Ella, como le digo yo, no trabaja así como estable sino que vende unas cositas y así se bandea, y mi esposo y yo le dijimos que no le dejábamos tocar la platica, ella también tiene en CONFIAR, pero a término quieto, y eso es pa’l estudio de la hija, de mi nieta, eso lo convenimos, no la vamos a desamparar. Cuando terminemos de pagar vamos a hacer otro préstamo para hacer otra pieza… pagamos de cuota 160; la niña ya está en sexto, y ella con el término quieto guarda pa’ más adelante. Yo también tenía cuenta, pero la tuve que sacar para pagar una urgencia, una enfermedad muy grave de la hija, quedó con los ojos malitos, entre todos pusimos, yo la que más, pero pagamos; eso sí, nada con el papá de la niña, ni modo. Y cuando acabemos la pieza, pues seguimos con la casita, hay que tumbarle el techo, pero debemos esperar, pues apenas iniciamos el préstamo, por eso no nos ponemos a mecatiar, hay que pagar la deuda, los servicios, hay que pagar muchas cosas, nosotros somos buenos pobres, muy unidos.

“¡Caro, carito! No, esa no es Carito. Ha tomado agua que ni pa’ qué. A nosotros nos conocen mucho en Ruta N, nos admiran mucho por unidos, hicimos la eco-huerta. ¡No, cuál terraza! No le digo que apenas estamos levantando la pieza. El cultivo se hace en un pedacito que el cura le facilitó a mi esposo, de allí sacamos la comida y también le damos al Padre, puros frijolitos, sin carne, porque cuando nos metimos a la deuda les dije: ‘podemos comer, pero no crean que va haber mucha carne, porque hay que ahorrar pa’ pagar’. Pero con los frijoles nos ha ido bien, cuando estaba muy caro vendimos un poquito y ahí tuvimos garra toda la semana. Yo les dije a ellos, toca ser agradecidos, a mí me gusta inventar mucho, lentejas, garbanzos… yo les doy de todo eso. Vea, no más antes de venirnos para el Bazar, tuve que hacer unos frijolitos porque hoy estaban en San Isidro, el Padre me los había pedido y me madrugué… cuando me vio con la coca, me llamó aparte y dijo: ‘estos son pa’ los que están ayudando en el bazar de la iglesia y estos me los traje pa’ mi hija, mi nieta y para mí’. Ah, no, mi esposo no vino, se quedó cuidando la casa, se nos dañó la puerta anoche, porque si se queda sola ahí sí nos dejan sin nada, somos una vereda pobre y no pobre. Lo que nos tiene tristes es que la gente nueva que está llegando está haciendo daños, sí que los están haciendo, ya hasta al padre le robaron las alcancías. Yo estoy muy contenta, uno con sacrificio y paciencia logra las cosas ¡No ve que al menos la casa ya no está en el barranco!”.

A LADO Y LADO DEL ÁRBOL
Contactos con la naturaleza define el sector del Bazar destinado a familiarizar la filosofía ambiental de CONFIAR, el agua, nuestra gran aliada en la cadena de la vida, se proporciona no solamente para mitigar la sed sino para evidenciar y concientizar sobre la protección que le debemos y la defensa sobre su condición de Bien-común, amenazada por la voracidad de la minería y la apropiación soterrada de las multinacionales.

– Así es profe, aquí le confirmo lo de todo lo otro es posible, vea aquí mostraron lo otro, mire esos muchachos de la economía Zen, suena bonito eso de que la austeridad es un capital mayor que el exceso. Y allí está lo de las abejas ¡¿sabe usted que son maestras en economía? ¡Son socialistas comunitarias! Yo hago la vida de panal, me basta mi porción y lo otro es para los demás; tomo lo mío, cambio lo poco por lo que no tengo y nada me falta. Y lo de las aves, las han sabido inventariar, algo académico, pero valioso saber sobre ellas. Profe, a mí me dicen Kiro, por el sonido del kirikiro, un pájaro de la región del Amazonas conocido también por los emberás, ellos me pusieron así, Kiro, me tocó “revoletiar” mucho con ellos, los emberás clasifican las aves por el canto.”

Ninguna anotación mía es un resumen tan preciso como el de este decir en boca de Néstor Fabio, un etno-educador que desde el mediodía se instaló en el sector de Contactos con la naturaleza y allí permaneció hasta el cierre: “Esto es lo mío profe… allá pesa mucho la bulla y el conglomerado, aquí yo voy tras el canto del pájaro”.

Carlos Londoño, el ubicuo sanador de angustias, enlaza sus dedos para dar descanso a la labor de relajamiento que coordinó durante todo el día: 146 masajes y 4 talleres bio-energéticos. En este momento, al bordear el ocaso, abre los ojos como para dar cabida en la mirada a esas otras formas de enriquecerse a través de propiciar sensibilidad. Piotropa, una agrupación musical campesina, interrumpe la letra del Compadre Heliodoro y se une al grupo y al silencio que rodea la Estación Ahuyama, la enorme calabaza va a ser objeto de otro ritual más de las simbologías que sustentan el Bazar. Tras un improvisado discurso de significación, Carlos abre la lúdica del cierre: “Repartimos la abundancia compartiendo este fruto gigante, ya ven, alcanza para todos; cuando hay generosidad en el dar, todo se multiplica”. Y así ocurre, la ahuyama se acrecienta en las mitades partidas y estas en otras mitades en una sucesión de repartición que puede no tener fin.” No hay mano que se quede sin una porción generosa. A mi lado, doña Blanca, una veterana mujer de la vereda El Placer del corregimiento de Santa Elena, me asevera que sus 85 años están relacionados con el secreto del consumo de las ahuyamas gigantes; no sospecho cuál puede ser, y no adivino si su mirada saltona es una burla a mi insistente preguntar.

“Anselmo se llama este guardián de cerros y caminos —me explica el poeta John Sosa, posando su mano sobre los hombros de la simpática figura que representa a los caminantes—, un espíritu del aire que enmochila cada mes cuando se interna monte adentro. Anselmo Solaz Solar, éste es el guía del caminar CONFIAR, y es quien sabe dar descanso a los del buen andar, el que sabe poner la sombra a lado y lado del árbol.”

FIESTA PARA UN FINAL
Barrio Comparsa culmina su recorrido por los senderos del Jardín. Ha llegado al Orquideorama tras dejar los signos de un conjuro de alegría en los caminos aún atiborrados por la gente que quiere disfrutar hasta el último minuto del Bazar. Que los hay y los hay y no son pocos, así lo evidencia ese colectivo alrededor de Barrio Comparsa, y su ceremonial de despedida que no despide, guarda realmente la llave para custodiar las ilusiones de quienes depositan sus pequeños o grandes anhelos en este proyecto solidario. Su historia se extiende a la historia de cada una de las personas unidas a esa búsqueda de realización en el bienvivir, y su secreto está en la pista que conduce ante el verdadero dueño de CONFIAR: durante el día se ha escondido tras un biombo al que entramos como si se tratara de un pequeño laberinto. Y sí, ahí está. Quien curioso lo ha buscado, no tarda en encontrarlo cuando descubre su propio rostro en el espejo.

La alegría del trópico llega con el ritmo fiestero de la orquesta, al bailar la despedida, intenta esconder lo que uno pierde cuando parte. Un recuerdo de mi adolescencia llega con la melodía que me trae a la memoria una famosa escena de Federico Fellini: en la playa unos chicos le piden danzar la rumba a una exuberante mujer, nunca he logrado saber cómo llegó esta composición colombiana a la película Ocho y medio, pero ahora suena en el último evento del Bazar y el estribillo, “Fiesta, es fantástica, fantástica esta fiesta…”, incita a resistir hasta el final.

“Los primos, los que fueron desplazados de Granada, unos viven en la Ochenta, la otra en la Milagrosa, y nosotros vamos a Manrique”.

“En Cocorná ya como que casi todos volvieron, pero Darío no, está como delicado, y la hermana que vivía con él se fue para el Carmen de Viboral”.

“Están cultivando un café orgánico en Jericó y les han dado asistencia y hasta se ganaron un trofeo el año pasado, la Taza de Oro”.

“Se va, se va… se va el guarapo, guarapo, todavía lo tengo bien helado, guarapo, guarapo”.

“Regálame un segundo que ya termino y te limpio el maquillaje, pero no llores, que ya sigues”.

“Uno sale a la calle a botar la plata, pero aquí sí no la botamos”.

“¡Pero no te vas a quedar leyendo todo el tiempo, si ya nos tenemos que ir!”.

“Tiene una beca pero solo hasta este año, de las de la Gobernación y EPM, si no la renueva va a tener que venirse para Andes, al criadero en Tapartó”.

“No le dé mucho tetero a ver si no se vomita, está rollizo, rollizo de lo puro robusto”.

“Tener una casita, eso es tenerlo todo en la vida”.

Voces hablando de sus inquietudes, de sus realidades; voces con el tono de la gratitud, con el dejo de la esperanza; voces memoriosas, voces que comparten su ayer, su hoy y su mañana. Voces que llaman a los niños, niños que no se quieren ir, ancianos que ya no dan más, adultos que se reencuentran, abrazos y más abrazos, señales de la despedida. Voces e imágenes, tantas que la mayoría se me escapan. Pienso que esta tarea que Oswaldo y Adiela me han confiado se pierde en los límites de mi percepción, entonces me acuerdo de él, de ese atrapa-imágenes que durante años ha captado esa gráfica cotidiana de momentos que, como los vividos hoy, conforman esa galería de iconos, de instantes que iluminan la historia de muchas alegrías protagonizadas por la gente de CONFIAR. A lo largo de la jornada me he topado con él, con Carlos Sánchez:
“Fotógrafo —le dije al iniciar la mañana— use su don de la ubicuidad a ver si no se le escapan las imágenes para ésta crónica”.

“No las necesita escritor —me interpela— basta mirar bien, ahí están, aguce los sentidos y mire, las encontrará en vivo y en directo, unas, logramos atraparlas, otras quedan en el ojo memorioso”.

Mermada en este epílogo la ambición de captarlo todo, comprendo mejor sus palabras. Alrededor veo la gente en el ajetreo final del Bazar. La tras-escena de desmontar tomará parte de la noche y finalizará al día siguiente, la tarea acuna una paradoja: ¿se podrá desmontar lo vivido? También deberán quedarse, lo sé, quienes se encargarán de borrar las huellas de los residuos dejados por nuestra presencia en el día, el total pesa como quizás no imaginamos, toneladas tal vez, y la corporación Arco eres asombrosamente limpiará las evidencias de nuestro consumo. En ese círculo de temporalidades y de tareas pendientes busco al grupo de empleados que vino desde Bogotá, quería saber de su entusiasmo, de sus motivos, pero no pude encontrarlos: la distancia que deben recorrer los priva del calor del final. Veo, en cambio, de nuevo al Minotauro. Su presencia matutina es ahora una inequívoca señal del punto culmen de la jornada, su frente libre de los cuernos borra su realidad mítica y me confirma que es otra persona más que cierra el telón de su labor.

El borde de la noche se asoma en el horizonte y el relámpago en el occidente deja entrar la lluvia contenida durante el día. Toca aceptar ese adiós que nos deja en el audio la promesa de confiar en un mañana mejor. No hay ganas de partir pero sí “ganas de vivir”, así lo vaticina la canción del Misterioso Dragón que suaviza el matiz de la despedida. A nadie le fue negada “su porción de sol” y cada quien se lleva del Bazar “una flor y un corazón”.

Desde el viaducto del Metro contemplo la panorámica nocturna del corazón verde de la ciudad, me hago a la idea de volver a encontrar la familia que en la mañana quería comprar “cinco tiquetes directos al Jardín Botánico”. ¿Ahora cuál será su solicitud, para dónde irán? Entre toda la marea de vivencias me quedan en particular las estampas de la gente como en una viñeta ferial, como en un retrato imborrable, y son estos, aquellos y los otros las figuras vivas de aquellas fotografías. Algunas de las imágenes volveré a encontrarlas como resultado del registro prodigioso de esa cámara que ha nutrido la iconografía de CONFIAR, las otras quedan en la frontera de estas palabras, apenas si un trazo escasamente paralelo a la simultánea vitalidad del Bazar y su enorme baúl de misterios cotidianos.

Marco A. Mejía T.

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